Al brillar un relámpago nacemos, Y aún dura su fulgor, cuando morimos: ¡Tan corto es el vivir! La gloria y el amor tras que corremos, Sombras de un sueño son que perseguimos: ¡Despertar es morir!
«No me verá dentro de poco el mundo, mas sí, vosotros me veréis, pues vivo y viviréis»—dijiste—; y ve: te prenden los ojos de la fe en lo más recóndito del alma, y por virtud del arte en forma te creamos visible. Vara mágica nos fue el pincel de don Diego Rodríguez de Silva Velázquez. Por ella en carne te vemos hoy Eres el Hombre eterno que nos hace hombres nuevos Es tu muerte parto. Volaste al cielo a que viniera, consolador, a nos el Santo Espíritu, ánimo de tu grey, que obra en el arte
Viento que del abismo de la altura por entre hermanos que ya fueron sopla la sobrehaz del alma nos sacude, y en el trémulo espejo retratado también el mundo tiembla Represéntannos cual de azogado en contorsión tu imagen los que temblando ante la muerte vieron al Juez en Ti; mas este hombre asentado, regio aposentador don Diego, intrépido de corazón al paso de andadura por la común rodera de Castilla. Te vio como si a Apolo, con el alma sólo atenta mirando a abastecerse con la clara visión: que es la del arte
Revelación del alma que es el cuerpo, la fuente del dolor y de la vida, inmortalizador cuerpo del Hombre, carne que se hace idea ante los ojos, cuerpo de Dios, el Evangelio eterno: milagro es este del pincel mostrándonos al Hombre que murió por redimirnos de la muerte fatídica del hombre; la Humanidad eterna ante los ojos nos presenta. ¡Ojos también de carne, de sangre y de dolor son, y de vida! Este es el Dios a que se ve; es el Hombre: este es el Dios a cuyo cuerpo prenden nuestros ojos, las manos del espíritu.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío? ¿Por qué ese velo de cerrada noche de tu abundosa cabellera negra de nazareno cae sobre tu frente? Miras dentro de Ti, donde está el reino de Dios; dentro de Ti, donde alborea el sol eterno de las almas vivas. Blanco tu cuerpo está como el espejo del padre de la luz, del sol vivífico; blanco tu cuerpo al modo de la luna que muerta ronda en torno de su madre nuestra cansada vagabunda tierra; blanco tu cuerpo está como la hostia del cielo de la noche soberana,
A reposar convidas, cual la noche, sobre la almohada de tu pecho pálido desnudo y quieto, con quietud de muerte que es vida eterna, a nuestra frente hundida so el peso de nublados de dolores tempestuosos; al reposo llamas a la congoja de que el alma vive quemándose a esperar. Y nuestras penas sobre tu corazón, fuente sin corte de humanidad eterna, como en piélago donde se mira la quietud del cielo, adurmiéndose sueñan. Aquietado tu corazón en sí, su luz derrama; se anchan desde él tus brazos sobre el mundo
Cristo de Velazquez, El; Primera Parte - Part 9 Sangre
Blanco Cristo que diste por nosotros toda tu sangre, Cristo desangrado que el jugo de tus venas todo diste por nuestra rancia sangre emponzoñada; lago en seco, esclarece tus blancuras ese río de sangre que a tus plantas riega el valle de lágrimas. La sangre que esparciste en perdón es la que enciende, donde su fuente fue, tu eterna lumbre; la sangre que nos diste es la que deja, pan candeal, tu cuerpo blanco Sangre; roja tu sangre como luz cernida por panes—pétalos—del oro dulce nunca roñada flor de los redaños