Otras

¡Oh, fin de mis alegrías,
comienzo de mis tristezas!
Alcancen ya mis porfías
que se acaben las cruezas,
que acabaron ya mis días.
Y no quiera
vuestra merced que así muera,
aunque pienso que, si muero,
darme vos el mal postrero
será la merced primera.

Es remedio al pensamiento
ser la pena más crecida,
que, creciendo mi tormento,
menguará mi triste vida
y, con ella, lo que siento.
Mas tamañas
son mis penas, tan estrañas,
que de miedo de mi suerte
se pasa por mí la muerte
sin parar en las entrañas.

Mas la pena por la gloria
he por bien de padecella,
que, aunque no alcanzo vitoria,
no tengo de vos querella,
pues tengo de vos memoria.
Tan contentos
van mis altos pensamientos,
que más hago yo en callar
el placer de mi penar
que el penar de mis tormentos.

Así estoy en tal estado,
que aun el bien me tiene muerto,
porque el placer que es callado
con el mal de estar cubierto
se convierte en más cuidado.
Y el tormento
me gobierna tan sin tiento,
que en todo peligros hallo,
en el bien, porque lo callo,
y en el mal, porque le siento.

¿Qué haré, pues estoy tal,
que, aunque está mi vida ufana,
es mi llaga tan mortal,
que se siente menos sana
cuando está con menos mal?
Que el amor,
cuando hiere, es muy mejor
que sea su mal crecido,
porque se pierda el sentido
con la fuerza del dolor.

Ni qué diga, ni qué escriba
ya no sé, ni qué me quiera.
No me da mi suerte esquiva
ni más mal, porque no muera,
ni menos, porque no viva.
El cuidado
ni ha crecido ni ha menguado,
que tiene por maña amor,
por mantener mi dolor,
mantenerme en un estado.

Y siempre cuanto le pido
determina de negarme:
No quiere escuchar partido
ni menos quiere dejarme,
ni tomarme por vencido.
¿Qué haré,
perdido, que ya no sé
cómo sufra tal engaño,
que se paguen con el daño
los servicios de mi fe?

Ved cómo podré valerme,
que en el mal donde me envuelvo
cuando más veo ofenderme,
ni huyo, ni estoy, ni vuelvo,
ni aun oso defenderme.
Ya caído
estoy en tierra vencido,
y vos, señora sin fe,
no me tomáis a mercé,
sabiendo que estoy rendido.

Triste, que de mi cuidado
no siento con qué me guarde,
pues no sé, de desmayado,
ni librarme, por cobarde,
ni vencer, por esforzado.
Y el vivir
ya se me quiere partir,
porque estoy en tal partido,
que, quitándome el sentido,
no me quitan el sentir.

Mis sentidos ya se mueren,
buenos, malos, todos me echan.
Ya los vivos no me quieren,
ya los muertos me desechan,
por los males que me hieren.
Y es señal
de mi dolor desigual
que en tanta desconfianza
no se pierda el esperanza,
porque no se pierda el mal.

¡Ay, dolor! ¿por qué me llevas
a decir lo que no quiero?
Escusadas son más pruebas.
¿No te basta ver que muero
sin que contra mí te muevas?
Ya no hagas
más peligrosas mis llagas,
aunque cuanto más mal haces
tanto más me satisfaces,
pues que con la causa pagas.

Este tal contentamiento
me da fuerza y me convida
a tener tal sufrimiento,
que, aunque se acabe la vida,
no se acabe el pensamiento.
Mi holganza
es poner mi confianza
en cuanto el amor quisiere,
que el que bien amando muere
muy honrada fin alcanza.
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